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9.4.11


Tal vez habría llorado si me hubiese quedado un segundo más sintiendo el frío dolor que enmudeció tu cuerpo. Así que eché la vista atrás y me marché. Al caminar sentía como si tuviese tu mano sobre mi hombro e intentaras gritarme al oído, preguntarme por qué todo había acabado. No sé, pero aquella sensación me estaba matando. No aguantaba más, me costaba respirar. "¿Y ahora qué hago?", me pregunté.

Sabía que ya nada volvería a ser igual: las mañanas con olor a pan tostado, los paseos y sonrisas que se quedaron en el boulevard, las tardes contando los aviones que dejaban surcos en el cielo, los besos al atardecer, las noches adormecida entre el calor de tu piel y el frío noviembre que se calaba en tus pies.

Pero es inútil volver a por ti, a por los sueños que quedaron escondidos entre la hierba del parque. Es como soplarle a la sopa fría. Creo que me hubiera sido más fácil ir directa al sol.
En mi cabeza tengo cuatro botoncitos. El botón de no escuchar, el de callarse la boca, el de desaparecer y el botón de ataque. Con eso resuelvo todas las situaciones.